Electra pastaa~
Cantidad de envíos : 184 Edad : 48 Localización : En un lugar del mundo donde la paso bastante bien...¿Hogwarts?XD
| Tema: Re: "Mentes sucias" Dom Nov 15, 2009 1:35 pm | |
| Gracias Ryuchi XDD (OMG, si Lovi Love es tremendo!!!) "Capítulo 8: De independencia, guerra y venganza" - Spoiler:
Matthew escrutó con la mirada a su hermano, pero éste no pareció percatarse de aquello. Menos aún la joven que tenía enfrente, mascando chicle incansablemente y con una postura provocadora, apoyada sobre el marco de la puerta. El largo cabello, de color castaño muy oscuro, caía delicadamente sobre sus hombros y espalda y se sacudía cada vez que abría la boca para contestarle al rubio. Matthew tosió y chasqueó la lengua, pero no llamó la atención de los presentes. Le empezaba a resultar un poco intolerable que la gente le ignorase. Matthew se aclaró la garganta ruidosamente para llamar la atención...no, tampoco funcionó.
- Ya te digo yo que le vamos a romper el or...- estaba diciendo la castaña cuando el canadiense la interrumpió al vivo grito del nombre de su hermano, y ambos se voltearon a mirarlo cuando lo hizo, como si apenas hubiera llegado al lugar y se hubiera puesto a gritar. El norteamericano más sureño lo miró de repente, parpadeando y observándolo incrédulo, con sus ojos azules redondos y brillantes.
- ¡Alfred! - repitió el canadiense, recuperando luego su calma, como la nieve misma de su casa. Respiró profundo, pensó en la miel de maple y en Kumajoro*, y se relajó bastante. - ¿Cómo puedes vengarte de alguien que no hizo nada contra ti? - preguntó, recuperando súbitamente su impaciencia. El americano lo observó otros segundos sin comprender que había acabado de decir y sin cesar el parpadeo continuo.
- Yo...yo solo...yo...¡¡Claro que el me hizo daño!! - replicó el americano, primero sorprendido y acorralado por la pregunta, luego furioso por la cuestión que su hermano canadiense planteaba. - El...el...¡¡Tú lo oíste cuando...!!...No espera, tu no estabas allí...- razonó, calmándose un poco. Canadá hizo una mueca de desprecio y le contestó.
-Yo estuve presente, y sé lo que te dijo...- el tono se iba disminuyendo a medida que terminaba la oración. Simplemente lo hizo, no para que su hermano no escuchara esa respuesta (y a pesar de que hubiera sido fácilmente ignorada por Alfred, éste la escuchó bien claro) si no porque estaba reprimiendo a duras penas las ganas de arrojarle un buen puñ...insu...imprope...dejarle bien claro a su hermano como su cuerpecito ignorado por todos podía hacer o decir cosas muy dañinas también... - El...no...te dañó, no cometió ningún crimen...-
- Kirkland no es precisamente un santo...- comentó la otra, mirando ahora para afuera de la enorme mansión e inspirando profundo el profuso olor a té y pastelillos que anunciaban la mañana y el despertar. Alfred torció el gesto al escuchar esa melodiosa voz decirlo tan directo, pero no dijo nada. Sin embargo Matthew pareció no agradarle esa respuesta y preparó un buen argumento para contestar.
- Ni tú...ni Alfred...ni yo...- se limitó responderle, de forma sencilla. - Pero no estamos hablando del pasado. Estamos hablando sobre el presente...No estamos aquí para crear una nueva Guerra ni generar más resentimiento...- añadió el canadiense con calma, mirando a los ojos azules de su hermano que se había quedado callado. - Alfred...ten paciencia...estoy seguro de que Arthur te pedirá una disculpa más tarde...-
Alfred no respondió, solo clavó la mirada en el piso, perdido entre las profundidades de lo que intentaba pensar. "¡¡SI NO FUERA POR TUS ESTUPIDAS IDEAS Y TU FORMA DE MOLESTAR EN CADA COSA QUE HACES SIN DECIR NI HACER NADA PRODUCTIVO ESTAS ESTÚPIDAS SITUACIONES NO HUBIERAN PASADO!! ". Alfred frunció el ceño sin quitarle la vista a la alfombra roja bordada que adornaba el suelo del hall inglés y sus ojos se volvieron de un azul más intenso.
- ¡Alfred! ¡Por favor! - suplicó el canadiense, poniendo esa voz melosa otra vez - ¡Tú sabes que el no hizo nada malo, no puedes vengarte de alguien que no hizo nada! - Alfred abrió los ojos pero los entrecerró frunciendo el ceño de nuevo, alzando una mirada madura y profunda hacia su hermano, que se cayó de golpe. Esa mirada...la había visto antes, si...¿Eso significaba que de verdad estaba herido por lo que había dicho Arthur? Matthew tragó saliva y por primera vez ignoró a su oso Kumajoro* cuando se olvidó su nombre. - Alfred...-
- Oigan...- dijo la muchacha sintiendo esa tensión; a pesar de que los aspectos tele novelescos le encantaban sentía que en situaciones de gente con poder, mucho poder, era mejor no meter mucho la pata o terminaría arruinada. - Cuando tomen una resolución avísenme...- terminó, tomando su maleta (sus maletas) y perdiéndose hall adentro y por el medio de la casa. Ambos la siguieron con la mirada. Por una vez en mucho tiempo, Canadá sintió grandes ganas de estar a solas con su hermano y sentía que una gran parte de si quería permanecer invisible.
- Tu...estabas ahí, ¿verdad? - susurró el americano, haciendo que el canadiense se sobresaltara y volteara a mirarlo. La cara de Alfred estaba risueña, pero su mirada azul, su voz un tanto cascada y quebrada y la poca imagen de héroe que parecía tener le demostraron que de verdad estaba herido. ¿Desde cuando se preocupaba tanto por lo que decía Arthur? Suponía que, de alguna manera, aún quería que él...se sintiera orgulloso...aún sentía afecto...y Canadá lo comprendió cuando, como un flash, cruzaron por su mente las imágenes de Arthur y Francis, siempre discutiendo por Alfred. Él quería ser notado, pero...Sacudió su cabeza. No era el momento de ponerse melancólico...pero entendía como se sentía Alfred.
Matthew se limitó a asentir levemente, era suficiente con una respuesta silenciosa.
- Arthur estaba hecho una furia, Alfred... sólo espera...un poco...- añadió, creyendo que no había sido respuesta suficiente. Complementó colocando suavemente una mano en el brazo del yankee y apretándolo con firmeza para demostrarle cariño. No, a pesar de todo el enojo que sintiera no podía reaccionar mal ahora, no era el momento. Solo esperaría a que todo pase...Su hermano clavó la vista en el suelo y luego la levantó un tanto más animada para compartirla con los ojos azules que le eran gemelos. Y Matthew le devolvió una sonrisa sincera, una de las pocas que le había dirigido a su hermano con tanta sinceridad.
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- ¡El desayuno está servido! - se escuchó una voz a lo lejos, pero se sentía demasiado mal para pensar en comida. La campanilla repiqueteaba en sus oídos y al parecer el poco alcohol que había tomado le había sentado mal y sufría de un dolor de cabeza que le aquejaba bastante. Se echó hacia atrás en el sofá, cubriéndose la mirada con una mano y frotando sus sienes con su pulgar de un lado y el resto de sus dedos del otro. Un vuelco le dio cuando, inclinado, vio el teléfono negro reposando tranquilamente sobre la mesita y recordó a su nuevo problema, con lo que una nueva punzada aquejó en el medio de su frente.
- ¿Vas a quedarte tirado todo el día ahí como un nabo, o vas a bajar a desayunar? - le preguntaron con descortesía. Otro vuelvo hizo que casi escupiera su propio corazón. ¿Cuándo había llegado? No la oyó en ningún momento. - Por lo menos comé algo y tomate algo para la cabeza ¿querés? Estás horrible...- agregó con el mismo tono. España le sonrió cuando dijo eso y le dio un pequeño abrazo, que fue respondido a medias y luego sintió como le estaba apartando de su cuerpo. En su cabello tenía la misma esencia a campo que siempre y un extraño olor a mar se fundía con el.
- Pensé que llegarías más tarde - le dijo con una sonrisa, a pesar de que estaba convencido que no traería nada bueno. Al menos se había preocupado por su dolor de cabeza, y ahora que la veía, desprolija pero con una sonrisa, pareció recordar esa época en que corría descalza, vestida de una pequeña gauchita, persiguiendo las vacas o montando con gran destreza los caballos, que daban, para terror de Antonio, brincos corcovados para quitársela de encima.
- ¡Eh! ¡Hermano! ¡Mirá lo que hago! - su voz sonaba presurosa, vagamente agitada y quebrada por la gran cantidad de variaciones en el tono de su voz. Antonio dejó los papeles por unos momentos y caminó hacia afuera de la estancia donde, por poco, una bestia lo fulmina con sus cascos. Y allí, sobre el animal corcovado que daba brincos y patadas de un lado para el otro iba ella, gritando y riendo como si no tuviera miedo.
- ¡Bájate de ahí ya! ¡Te he dicho que podíais romperte el alma si te caíais de ahí! - gritó, persiguiendo a pie al animal como pudo. La chica solo sonrió y agarrada a la crin, voló en el aire bien aferrada luego de otra patada del animal, que casualmente pegó en el pecho del español. Cayendo al piso derrotado, Antonio sintió que los cascos se perdían en la lejanía pero que el pasto crujía bajo los piecitos de alguien bastante liviano.
- ¡Hermano! ¡¡Perdón, perdón!! ¡No quería que te pasara nada malo! ¡Perdón! - lloriqueaba a su lado, apoyando sus dos pequeñas manitas sobre el pecho del español, mientras que este sentía las lágrimas caer sobre su cara de tez morena. Y a pesar de sentir un dolor extremadamente fuerte por los cascos en su pecho, le daría una lección, decidiendo quedarse en la más estática postura. - ¡¡No te mueras!! ¡Si queres hasta me porto bien con Manuel, lo juro! ¡Y...hago todos mis deberes! ¡Ni siquiera me meto con nadie, y hago toda mi tarea! ¡No te mueras! - volvió a lloriquear, y el español sintió una satisfacción profunda a pesar de que el dolor de escucharla llorar le carcomía - ¡¡No te mueras!! ¡¡Te juro que no vuelvo a montar más uno sin domar!! ¡¡Montaré los mansitos, lo juro, lo juro!! - entonces abrió un ojo levemente y vio como esos ojos verde intenso, iguales a los suyos, le miraban, entrecerrados, rojizos, con las mejillas infladas y el rostro teñido del pánico.
- ¿Me juras que no vas a volver a montar los caballos sin domar? - preguntó como si estuviera al borde de la muerte y vio como la pequeña asentía despacio y las lágrimas seguían resbalando, presa del pánico. Entonces, súbitamente el español se levantó y abrazó a la pequeña que se aferró a él, aún llena del miedo de hace unos momentos.
- ¡Eh! - despertó a Toni la voz mucho más madura pero no adulta de su acompañante. - En serio...Yo te diría que comas algo y te tomes algo para la cabeza...- hizo una breve pausa cuando los ojos esmeraldas de ambos se cruzaron por unos segundos, perdiéndose en algún lugar del otro. España, serio, esbozó ahora una sonrisa de complicidad y la otra, risueña, no pudo evitar devolvérsela. - De paso me explicas que pasó con Lovi~...- canturreó el nombre del italiano con una melodía pacífica. - ...todavía no se que boludez hiciste para que el pobre de Lovi se ponga así...-
Antonio iba a replicar, parecía que Mercedes aún seguía teniendo esa relación tan estrecha con Lovino. Y al español no le extrañó para nada, porque ellos habían vivido (a pedido de Antonio) varios años juntos durante la última guerra y al parecer el carácter de ambos se había acoplado al del otro, llegándose a parecer mucho y en las mismas cosas, casi que Antonio podía adivinar los gestos que ponía Mercedes porque conocía los que hacía Lovino... Era natural que ahora Mercedes le defendiera en algunas cosas, especialmente en ese cariño a veces no tan cariñoso que ambos sentían por el español. Claro que con Lovino había llegado muchísimo más lejos, le amaba más que nada y sabía que Mercedes solo tenía afecto por el pasado y un cariño fraternal, pero su forma de querer era, de todos modos, bastante parecida.
Y entonces, mientras los ojos de la otra le miraban reprochantes, esa sola mirada, ese solo gesto muy argentino pero bastante italiano también, le basto para que el español le dedicara otra sonrisa, caminara junto a ella y se perdieran en rumbo al comedor.
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Desayuno. Maldita rutina mañanera que siempre le impedía seguir en ese mundo tan real que eran los sueños. Era un otoño horrendo en Inglaterra, y el sol que había resplandecido en ese octubre cálido, ahora se transformaba en una horrible nube de tormenta que solo quería hundirle más en esa especie de enojo con el que se debatía. No había salido para cenar la noche anterior, no quería ver a ningún invitado, y menos ver al estúpido de Francis y mucho menos a Alfred...
Acomodó su corbata con delicadeza, ajustando el nudo de la misma, aliso sus pantalones negros meticulosamente y estiró acomodó su camisa con impaciencia. De traje inglés, se vio a sí mismo pálido mirarse con ojos verdes de una superficialidad que lo sorprendió a si mismo, tratando de introducirse en el mismo a través de ese fino cristal.
¡¡SI NO FUERA POR TUS ESTUPIDAS IDEAS Y TU FORMA DE MOLESTAR EN CADA COSA QUE HACES SIN DECIR NI HACER NADA PRODUCTIVO ESTAS ESTÚPIDAS SITUACIONES NO HUBIERAN PASADO!! " Resonó en su mente, se vio a si mismo gritándole, vio sus ojos mirarlo sorprendidos y heridos, sin saber que decir o como mirarlo. Un dejo de culpabilidad atravesó su mente, ni siquiera estaba seguro de que eso fuera verdad o fuera lo que de verdad pensara de Alfred, pero...
- Señor Kirkland...- llamaron a la puerta con insistencia y Arthur salió de su ensimamiento, mirando hacia el lugar de donde venia el sonido con indiferencia. Tomó la chaqueta negra y permitió la entrada de quien estaba del otro lado de la puerta con palabras ahogadas que salieron disparadas como un susurro inaudible. Insistieron en la puerta.
- Adelante...- logró articular con más fuerza, acercándose a paso lento a la puerta, aún con la chaqueta negra envolviendo su brazo. La puerta se abrió chirriando despacio, lo que incomodó a Arthur, un impaciente Arthur. Su ama de llaves, una mujer entrada en años pero de buen carácter y en forma entró a paso lento.
- Señor Kirkland, disculpe las molestias...- dijo, haciendo una muy colonial reverencia con su largo vestido - Pero ha llegado una nueva huésped y querría preguntarle que habitación de la mansión desea otorgarle...- Arthur se detuvo en seco. ¿Nueva...invitada, había dicho? ¡Pero si él no había invitado a ningún país, y luego de la llegada de los asiáticos estaban todos! Aún así, no estaba del humor como para andar pensando en esas cosas tan irrelevantes en su día, y un sentimiento de culpa le atravesó cuando olió el aroma a té de su ama de llaves, recordando la merienda de la tarde anterior.
- Esto...Dale la que está cerca de la de España, tal vez pueda llevarse bien con el ya que él se lleva bien con todos...- susurró y con un leve asentir lo dejaron solo otra vez. No pudo evitar suspirar y sentarse en la cama. - Creo que le debo una disculpa...- suspiró finalmente rascando incómodo su nuca como si estuviera en presencia de alguien. La campanilla se escuchó como un irritante sonido mañanero que estaba acompañando a la rutina del día, así que no más terminó su sonido tomó su chaqueta negra, se levantó, suspiró, y salió de la habitación.
Las escaleras estaban desiertas, el aire con un olor a humedad insoportable, la luz blanca que se colaba de entre las nubes le daba una aspecto más frío a la situación y el silencio tétrico que reinaba en el aire no ayudaban mucho al ánimo general que tenía. Los zapatos resonaban, por los pasillos, por las escaleras, por todos lados. Y él se mordió un labio, molesto con Alfred, con Francis, con los invitados..con Alfred...¿o consigo mismo? El olor a té disipó su mente y su estómago crujió incómodo. Decidió obedecerle.
Un ambiente sumamente tenso se extendía en el desayuno y para "sorpresa" de todos (es decir, estaba escrito en el destino que así sería) la reunión fue tensa, extremadamente tensa, a fin de sentirse todos un poco enojados con valla a saber uno quien. Incluso, así como lo veía Toris, Rusia parecía cortar la tensión con un cuchillo cuando zarandeaba...Toris se detuvo...¿QUE DEMONIOS HACÍA RUSIA CON UN CUCHILLO EN UN LUGAR QUE SE SUPONE ASEGURARÍA LA PAZ MUNDIAL? Definitivamente, Rusia jamás, nunca, podría dejar de sorprender al lituano.
Arthur miraba incansablemente por la ventana. Mirar a los demás le había resultado extremadamente incómodo, más aún escuchando la voz de Alfred animada de fondo, pero notaba como se quebraba de vez en cuando, cuando hacía esas pausas súbitas y estrepitosas que él solo parecía notar. Lo había logrado, había llamado tanto la atención que ahora pocos eran los que lo escuchaban con la suficiente atención para darse cuenta de que cometía numerosos errores, vacilaba y mezclaba sus papelescon nerviosismo. Escrutó la habitación. Blanco como la nieve, y con ojos azules de glaciar, Matthew miraba con preocupación a su hermano mayor.
- Y con eso...creo que podemos dar por terminada la reunión...supongo...- suspiró el rubio, sonriendo apenado y rascando su nuca con pesar. Los países salieron de un ensimamiento o aburrimiento ya casi innato en el que ignoraban cualquier discusión o planeamiento ya, y con firmes estrechadas de mano de mesa en mesa, la sala se lleno de murmullos y conversaciones a viva voz. Arthur no despegó los ojos del Canadiense hasta que luego de que se distrajera para mirar la pizarra hubo desaparecido. Se vio obligado entonces a buscar al japonés. Después de todo, era uno de los pocos aliados que le quedaban...pero... ¿y si se confundía? ¿Si era mejor esperar un poco...? La situación estaba tensa, y no sabía si era del todo correcto o de caballero crearle más tensión al japonés; bien sabía que éste era amigo de Alfred...
Si...Arthur...el caballero inglés se callaría, guardaría sus palabras aunque sea un poco más con tal de preservar esa tentativa de paz que se ahogaba entre la mezcla de tensión y pesadez en el ambiente. Pero, si se ponía a pensar...no sabía exactamente cuanto resistiría...definitivamente, no mucho, los sabía, sabía que había dado un mal paso y debía enmendarlo, ¿pero Kiku podría ayudarlo realmente?. Una mano pasó por adelante de sus ojos. y se descubrió solo en la habitación. Morena y un tanto ruda, la mano española lo había sacado de su ensimamiento.
- ¿Te sientes bien? - Preguntó el español con su natural simpatía, sentándose a su lado. El inglés bajo la mirada, no estaba del humor para soportar al español mucho rato y le resultaba un poco pesado tener que responder preguntas a gente que tardaba en entender las situaciones. El español le dirigió una de esas sonrisas tan...enternecedoras (y como todo lo relativo, bastante idiotas) que solía hacer. Lo peor del asunto, para Arthur claro, es que jamás podría enojarse con un tipo como él, aún si en el pasado habían sido corsario y mercante que peleaban a muerte la verdad es que ahora llevaban una calma relación y deseaba mantenerla así; más aún, el español de la actualidad era una de las pocas personas que, resultándole bastante idiota, era difícil de odiar.
- Si, estoy bien...- dijo acariciando sus sienes con calma para luego intentar levantarse con pesadumbre, cuando escuchó ruidosos tacos acercarse por el hermoso parquet que adornaba el suelo de su casa, obviamente una figura femenina estaba deambulando por el lugar, pero Arthur no pareció darle importancia. Antonio, sin embargo, pareció bastante traumatizado, y Arthur pensó que tenía un problema cuando volteaba en numerosas ocasiones a verlo a él y a la puerta, como si ambas jugaran un partido de ping pong o tenis muy emocionante.
- ¡Antonio! ¡Por fin te encuentro, boludo! ¡No te había dicho que nos íbamos a encontrar...! - su voz se fue apagando. Segundos tensos. Lo peor había sucedido. Se venía una catástrofe. Los ojos esmeralda oscuro de la chica se cruzaron con los de Kirkland, mas claros y despejados que los de ella. Segundos de silencio, tensión, agonía para el español. De repente sintió una enorme presión. De un lado, Mercedes lo aplastaba con una imponente carga mirando al inglés. Pero la descomunal ira del inglés lo aprisionaba con la fuerza de la otra, tanto que Antonio tuvo ganas de salir gateando del lugar antes de que sillas, papeles, mesas, adornos y cuadros comenzaran a volar de un lado a otro de la habitación...
- ¡¡¡TU!!! - exclamó Inglaterra y Antonio recordó y casi pudo verlo del mismo modo en que las cosas habían sucedido ayer. El inglés estaba anonadado y no podía pronunciar otra palabra que no fuera ese ruidoso, estrepitoso y casi molesto... - ¡¡¡TU!!! - gritó nuevamente. Antonio ya desaparecía, deslizándose como un helado derretido hasta debajo de la mesa. Bien conocía las numerosas peleas que éstos dos habían tenido en el pasado, pero más aún esa relación de amor-odio que llevaban desde aquella vez en que Inglaterra se apoderó de ella y luego ella lo sacó corriendo echándole agua hirviendo. Si...amor-odio. Ese era el término. - ¡¡¿QUE...QUE...QUE SE SUPONE QUE HACES ACA?!! -
- ¡¡A MI NO ME GRITES, BOLUDO!! - le devolvió el grito con tremenda potencia. Ahora si que el español empezó a temblar. Si le decía que él fue quien la había...- ¡¡ESTOY ACA PARA AYUDAR AL TARADO ESTE, PORQUE LA VERDAD, NI GANAS DE VERTE LA CARA, GIL!! - gritó. Lo había hecho. La maldita desgraciada lo había hecho. Lo había dejado expuesto, y sintió (y hasta pudo verlo claramente, a pesar de estar de espaldas) la cara del inglés girando robóticamente a verlo, poniendo sus ojos verdes en blanco y frunciendo esos tablones de pelo que el decía llamar cejas. Una risa macabra surcó el ambiente, el español supo de inmediato que era del inglés...
- Antonio...- canturreó Arthur, mientras no quitaba esa expresión macabra...tierna, sonriente, pero enormemente macabra que tenía en el rostro. - Con que vos fuiste el (idiota) amable que (estúpido) la invitó, ¿verdad? - Y Antonio sintió ganas de ahorcar a Mercedes cuando escuchaba esas palabras cantadas como una música tétrica. Un paso...dos pasos, y se sintió tironeado del cuello. ¡¡Hoy era el día de su muerte!! ¡¡Aún no había escrito su testamento!! ¡¡Y no dejaría que e francés se aprovechara de Lovi cuando el no estuviera!!
- ¡¡Eh, tarado!! ¡Soltalo que la única que vino para joderlo acá soy yo, gil! . Sintió esos tacones acercarse presurosos hasta el inglés. Antonio cerró los ojos, presintió su muerte, y todo empezó a caer. La realidad, (si le abrimos los ojos y vamos al caso), fue una gran abalanzada de Mercedes sobre el inglés, que tropezó (mientras ella y Antonio le caían encima). Golpes, patadas, gritos cargadas y otras cosas salían del medio de una confusión de la que Antonio apenas pudo salvarse.
La nube de polvo, humo y pelea los rodeaba y hacía que apenas fuera visible quien estaba encima de quien, quien pateaba a quien y quien abofeteaba a quien, quien se tomaba del cuello del otro y quien era el ahorcado. Antonio sintió una gota de desesperación y otra de sudor rodar por sus sienes, cayendo suavemente por sus mejillas. Seguía mirándolos, apenas a un costado de la pelea. Los gritos llenaban el ambiente y de una manera extraña, agradeció que la mansión fuera lo suficientemente grande como para no atraer a toda la masa de países al lugar.
- ¡¡Devolveme a las Malvinas, tarado!!
- ¡¡Bloody Hell!! ¡¡No hasta que admitas que el gol que hiciste fue con la mano!! (*)-
- ¡¡Que tiene que ver!! ¡¡Devolvémelas ya!! ¡¡Son mis Malvinas!!
- ¡¡No son TUS Malvinas!! ¡¡Son MIS Falklands!!
Todo quedó en un sumiso silencio y el polvo comenzó a despejarse lentamente. Antonio distinguió ahora a Mercedes sobre el Inglés, tironeando de su corbata con furia mientras que el rubio la mantenía con las manos obre su cuello de forma brusca. La mirada de la sureña se veía algo perdida y un tanto conmocionada y lo miraba con un rencor digno de un buen argentino. Esa mirada rabiosa la hacía parecerse a Lovi~ y si las predicciones del español no fallaban se venía una tormenta después de eso.
- ¡¿Cómo carajo las llamaste?! - preguntó. Por el bien de Inglaterra (o de Mercedes, porque sabía que el inglés tenía mucha fuerza y no dudaría en usarla con ella) rezó que el inglés no le respondiera lo que él tenía por seguro de que iba a responder. "Decile el nombre que les puso ella, decile el nombre que le puso ella, ¡decile Malvinas!" .
- ¡¡FALKLANDS!! - gritó el inglés lleno de un orgullo que hasta Antonio temió de la voracidad con que había sonado. Silencio, tensión, inmovilidad. La mano de Mercedes fue liberando de la presión con la que sostenía la corbata del inglés y por instinto éste aflojó las que tenía rodeando el cuello de la chica, un tanto magullada. Los ojos verdes de la muchacha se llenaron de lágrimas y a pesar de haber sido un solo segundo, un solo descuido, para Antonio fueron horas lo que duraron, horas mientras levantaba la mano con violencia, horas mientras la bajaba, y horas mientras la incrustaba con fiereza en la mejilla del inglés antes de levantarse y salir hecha una furia de la habitación, con los ojos enrojecidos y las mejillas infladas. Arthur miró con inexpresividad. Su mirada le recordaba algo...
- ¡¡Ya está Antonio!! ¡¡ Cortala, no queremos estar más así!! - Rugía ella, de manera inconciente. Antonio lo sabía, si, era de forma inconciente. No podía estar diciéndolo de verdad, enfrentándose a él, el que tenia un reino en donde el sol nunca se ponía, el que había dominado casi toda América bajo el yugo de su hacha. No permitiría que esa insolencia le pasara por encima.- ¡¡Pudimos echar a los ingleses con apenas una mísera ayuda de tu parte y no vamos a dejar que vos te vengas a colonizarnos de nuevo!! - rugió con una fuerza de sobre manera. Sabía que su rostro era inexpresivo.
- ¡¡ES UNA IDIOTEZ LO QUE ESTAIS HACIENDO!! - le gritó el español, con lágrimas en los ojos, y pudo imaginarse al inglés, sacado a patadas de su territorio. Pero ella y los demás eran suyos, eran sus hijos, y no iba a dejar que lo abandonasen. El los había criado, el los había sostenido, alimentado, dado todo lo que tenían...¿Acaso estaba de moda dejarlos como lo estaban haciendo?.
- ¡No Antonio! ¡Estamos cansados de las opresiones! ¡¡ Queremos ser libres, carajo!! - gritó de sobre manera. La lucha parecía ser inminente. Los gritos de los soldados argentinos se hacían tensos, sus ojos verdes lo miraban como si fueran valientes, como si estuvieran al mando y estuvieran seguros de lo que hacían. Pero el sabía que estaba mal y no le iba a permitir alejarse. Pero sabía que su rostro seguía inexpresivo, sin mostrar la rabia, el dolor, la pena, la angustia que sentía.
La tensión. Las nubes, el olor a humedad. Las primeras gotas cayendo. Se le hizo extremadamente familiar al inglés, poco mas de 40 años atrás (**). Su inexpresividad, las armas apuntando a su soldado, el sosteniendo ese hacha infalible sobre sus hombros, vestido de rojo chillón. Ella, parada, fiera, con su fusible enarbolado, parada sobre el barro que ahora había comenzado a formarse. La lluvia les recorrió el rostro y el cuerpo a ambos, los definió, los separó, los dibujó en el ambiente.
- ¡¡La guerra te la vamos a hacer como podamos!! ¡¡Si no tenemos dinero, ni carne ni tabaco nos tiene que faltar. Cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos tejan nuestras compatriotas, y si no, andaremos desnudos como nuestros paisanos los indios. Juré no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje!! - girtó un hombre en las filas de Mercedes y Antonio le vio e rostro, conocido y mas maduro. El propio General que había combatido antes en sus filas se le oponía ahora, quitándole lo que el sabía (o creía) que era suyo. El rostro de Antonio seguía inexpresivo. Sus ojos destellaron con la luz de un relámpago. Ahora se escuchó la voz de mercedes apoyarlo, en ese último grito fraternado con el que todo se volvió oscuro - [b] ¡¡SEAMOS LIBRES, QUE LO DEMAS NO IMPORTA NADA!! -(***)
Y entonces Antonio, cayo sumido en el más profundo de los abismos.
Antonio sacudió su cabeza y volvió a fijar sus ojos verdes en el inglés. Seguía conese rostro inexpresivo, levantándose con un dejo de vagancia pero sin expresarlo en su rostro, bastante ambiguo. Antonio clavó la mirada en el suelo y también se levantó con poco entusiasmo. Volvió la mirada al inglés que salió caminando de la habitación luego de dejar impreso un gran suspiro en la habitación. Ya lo sabía, ya lo había admitido. ¿Tanto querían enrostrarle al español que se había confundido al traer a la argentina al lugar? Gruñó. Se sentía sumamente molesto, y a pesar de ser el mediodía también estaba sumamente cansado. La única verdad, es que querría poder dormir en su cama, sintiendo la respiración cálida de Lovino recorriéndole el pecho con la paz de quien duerme. ¿Era pedir mucho?
Y suspiro...como el inglés lo había hecho antes. Si las cosas estaban tensas, no iba en camino de ponerse mejor.
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Alfred caminaba a un paso aturdido. No sabía ni a donde iba ni a hacer que ni con quien...de hecho, estaba caminando sin ton ni son pero a una velocidad que hacía parecer que tenía una reunión importante y si no se apresuraba llegaría tarde. Sus papeles cayeron al piso y se detuvo a recogerlos, con molestia. ¿Qué le estaba pasando hoy? No había podido ignorar como los demás le ignoraban, pero no podía enfadarse, después de todo su hermano tenía razón y poco a poco todo eso iría pasando...pero...de cierta forma seguía sintiéndose herido, como por un cuchillo clavado en medio de su espalda. Suspiró, mientras ordenaba de forma desprolija sus anotaciones extravagantes, sus dibujos infantiles explicando todo. Agregó además el acomodar sus lentes luego de restregar sus ojos. Siguió caminando distraído hasta que algo llamó su atención... ¿Arthur y Kiku hablando? Solo faltaba eso, la traición del japonés, uno de sus grandes amigos...
- Te lo digo Kiku, es insoportable y no se como sacármelo de encima... Se que es inútil y es idiota, pero creo que ya no puedo ocultarlo más y creo que debería decírselo...Solo que no se como...- terminó Arthur, con el rostro un poco desencajado y algo penoso. Kiku lo miró por unos segundos antes de responderle algo, que pareció que lo meditaba muy bien.
- ¿Quiere que se lo diga yo por usted, Arthur-san? - preguntó con esa cortesía tan natural que tenía. El inglés negó con la cabeza, clavando la mirada en el piso pero sonriendo por el ofrecimiento del japonés. Tardó en contestar, probablemente buscando las palabras correctas para decir lo que debía decir. Los ojos de Alfred no podían estar más abiertos, y sintió dos puñaladas más clavándose en su espalda.
- No, Kiku, gracias. Es muy amable de tu parte, pero si alguien tiene que hacerlo, soy yo... no creo que sea correcto que se lo diga alguien aparte de mi...- contestó el inglés, meditando en cada pausa. Kiku asintió, Alfred presintió ese movimiento e incluso pudo ver al japonés haciéndolo. No resistió más. Se echó a correr escaleras abajo a una velocidad increíble. Esquivó sirvientas, mayordomos y a la ama de llave hasta llegar a su habitación, perdida en la planta baja. Alfred se desplomó contra la puerta. No...no dejaría que eso terminara así...el también le demostraría cuan cruel podría ser, cuan inútil era...ya vería el inglés...se lamentaría de haber dicho eso de el.
Arthur se giró, creyendo haber escuchado un sonido del otro lado de la esquina, pero con los fantasmas y hadas se despreocupó de inmediato, sin prestarle demasiada atención.
- Intentaré buscar la forma de disculparme con él... ésta cosa está llegando demasiado lejos y de veras creo que es idiota...y de hecho, bastante inútil...- le sonrió y el japonés le devolvió la sonrisa con ternura. - Gracias por haberte molestado, Kiku...- agregó el inglés con cortesía, y luego de recibir una reverencia del japonés, se perdió por su casa con calma.
-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0- Tocaron a la puerta de su habitación. No estaba de ánimos para abrirle la puerta a nadie, tenía los ojos enrojecidos, la ropa arrugada y la cama destendida por haber estado llorando sobre la cama de la habitación que le habían otorgado esa mañana. No tenía el humor suficiente para tratar a nadie, incluso cuando siempre los trataba a insultos sintió que no quería levantarse para abrirle a la puerta y volverse a pelear con alguien. Pero insistieron con fuerza, varias veces, que no tuvo otra opción que ir a abrir. No tampoco tenía ánimos para echar a alguien a zapatazos como lo habría hecho en otras ocasiones. Abrió la puerta luego de acomodarse el cabello lastimeramente y miró a los ojos celestes del rubio.
- Si tú estás dispuesta a vengarte de Arthur...yo también lo estoy...- terminó Alfred.
_____________________________________________________________ (*) Kumajoro: Es en realidad porque Canadá, tanto como Kumajiro se acuerda su nombre, el tampoco recuerda el de su oso. (*) El gol al que se refiere Arthur fue la famosa mano de Dios de Maradona, en algun partido perdido contra los ingleses (que ganó Argentina) (**) La independencia Argentina fue exactamente 40 años y 5 días después de la de Alfred. Exactamente. (***) La frase utilizada allí fue una adaptación de una muy conocida (o que debería ser bien conocida) frase de San Martín (conocido patriota que liberó Argentina, Chile y Perú) La frase exacta es: "Compañeros del Ejército de los Andes: La guerra se la tenemos que hacer como podamos: si no tenemos dinero; carne y tabaco no nos tiene que faltar. Cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos tejan nuestras mujeres y si no andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios, seamos libres y lo demás no importa. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje."
¡¡Gracias por leer chicas!!
Última edición por Electra el Dom Nov 15, 2009 1:36 pm, editado 1 vez (Razón : Fallido spoiler) | |
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